jueves, 23 de agosto de 2007

El rol de los padres en la educación sexual



Más allá de los debates que pudo haber propiciado el Programa de Educación Sexual Integral sobre el rol de los padres en la educación sexual de los hijos, es importante afirmar que ellos son los primeros educadores de sus hijos. Por otro lado, a esta altura de los acontecimientos, no cabe la discusión sobre si deben ser los únicos o si su función está por encima de la que cumple la escuela. Cuando hablamos de una educación para la vida, la escuela, es subsidiaria de la impartida por los padres. La una necesita de la otra y que las dos converjan en mismos objetivos.

Para que lo anterior sea realidad, el artículo 9° de la ley expresa que “se deberán organizar en todos los establecimientos educativos espacios de formación para los padres o responsables, que tienen el derecho a estar informados. Así mismo, en el apartado c), del artículo citado, la necesidad de “vincular más estrechamente la escuela y la familia para el logro de los objetivos del programa”. Queda claro que la ley no está dejando nada librado al azar y que ha detectado dos carencias: que los padres no están lo suficientemente informados y que el vínculo familia-escuela debe ser reforzado.

El Programa tiende a que exista una comunión entre la familia y la escuela, cosa que se ha visto deteriorada en los últimos años por razones que son materia de discusión en otro momento. Nada más alejado de la búsqueda de un culpable. Lo que se debe resaltar es que las dos tienen un destinatario en común y deben estar unidas en el objetivo de “promover la comprensión y el acompañamiento en la maduración afectiva del niño, niña y adolescente, ayudándolo a formar su sexualidad y preparándolo para entablar relaciones interpersonales positivas”. Cabe señalar que “la familia tiene carácter prioritario pero no exclusivo ya que ésta delega en la escuela y en otras comunidades educativas (clubes deportivos, iglesia) la continuación, profundización y sistematización de los conocimientos y valores” (Martín O. y Madrid E. 1993-1994).

La experiencia nos dice que existe el deseo, en la mayoría de los padres, de hablar confiadamente de la sexualidad con sus hijos. Las más de las veces queda sólo en eso, en deseo. Existe consciente e inconscientemente la puesta de una barrera producto de la escasa información generada por el desconocimiento, negación o aceptación de la propia sexualidad. Una Escuela para Padres, en materia de educación sexual integral, ayudaría a la familia en su rol de educador más influyente de un hijo. No sólo le permitiría proporcionar información exacta a los niños y neutralizar los mensajes negativos de los medios de comunicación sino que también les ayudaría a descubrir que la educación sexual es una vía para la transmisión de los valores familiares.

¿Qué decir? ¿Cuándo empezar? ¿Espero a que me pregunten? ¿Quién debe encarar el tema? ¿El papá? ¿La mamá? Estas serían algunas de tantas preguntas que flotan a la hora en que los padres deciden encarar el tema.

Es preferible empezar un año antes y no llegar un minuto después.
Desde el nacimiento, un niño o una niña, recibe mensajes sobre su sexualidad. Cuando se los abraza, se los acaricia, o se los toca, se les trasmite que son amados. La elección de la ropa, de los juguetes, de las actividades les ayuda a construir su identidad en cuanto género. Ver desnudos a sus hermanos u, ocasionalmente, alguno de sus padres les enseña sobre las diferencias biológicas.

A pesar de esto, la idea de que la educación sexual empieza desde el nacimiento es, para gran parte de los padres, algo inverosímil. Esto ha llevado a que se pasaran por alto momentos u oportunidades, para trasmitir información positiva y aprovechar para desmitificar tantos conocimientos erróneos, dados por el entorno, y que tanto influyen en su sexualidad posterior. Estar atentos a estos momentos da un espacio y un tiempo que permite ver cuál es la actitud familiar frente a la sexualidad, permitiendo establecer un clima de confianza donde los niños puedan encontrar las respuestas a sus preguntas.

Nunca es un peligro brindar información demasiado temprano. Se corre más peligro con poca información demasiado tarde. Los niños van a asimilar lo que puedan. Tal vez no captarán todos los detalles pero se asegura una comunicación fluida entre ellos y sus padres.

Cada pregunta de un hijo merece una respuesta honesta obviamente ajustada a su nivel de entendimiento. No tiene que sorprender que las mismas preguntas se repitan a lo largo de su evolución. Sí, lo que se debe asegurar, es saber qué realmente está preguntando el niño. Ante la pregunta: “¿de dónde vine yo?” tal vez sólo quiera averiguar en que ciudad nació y no como fue gestado. Una manera de manejar esa situación sería repreguntando “¿qué pensás vos?”.

Algo importante de recordar es que los niños siempre quieren saber lo esencial y que lo sexual no tiene la misma connotación que para los adultos.

Ocuparse de la educación sexual de los hijos puede parecer una tarea embarazosa. No solo por el compromiso que debe asumirse sino porque moviliza la propia sexualidad, las propias experiencias, los propios temores de cada persona. Es necesario que los padres hablen entre sí y acuerden qué mensaje y qué valores aspiran transmitir a sus hijos.

Es bueno, que los padres, se procuren una formación e información anterior. De esta manera se anticipan a las preguntas y a los comportamientos sexuales elaborando respuestas sencillas y sinceras. Cuánto más sana sea la sexualidad vivida en la familia más sana será la construcción de la identidad sexual de los niños.

Tener vergüenza frente a ciertas preguntas es normal. Más si el padre o madre fue educado en que la sexualidad es algo de qué avergonzarse. Expresar este sentimiento, frente al niño, y a pesar de esto dar una respuesta, es signo de honestidad.

La iniciación de los hijos en el proceso de aprendizaje de la sexualidad puede ser embarazoso o maravilloso. Depende de lo que cada padre elige.

“La educación afectiva y sexual desde el hogar, aún respetando las diferentes etapas evolutivas, es muy distinta a la de la escuela. En la familia, la educación afectiva y sexual es constante, ocasional y espontánea, y esta impregnada de afecto, ternura y caricia. Es desinformalizada, testimonial y orientada desde y hacia los valores del hogar; implica desplegar el mundo de los afectos y de los sentimientos, las dimensiones del cuerpo y de la corporeidad, proporcionar los saberes necesarios para la propia autocomprensión y para amar.” (O.Martin).


Lic. Joaquín Rocha Psicólogo especialista en Educación para la Comunicación
Revista San Pablo On Line

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