viernes, 25 de abril de 2008

Aprender a aprender y querer aprender


Aquellos dones –distintos en cada caso- que nos permiten poder aprender, no bastan: estudiar supone esfuerzo y es fundamental en el estudiante QUERER APRENDER.

Para ello, se conjugan principalmente tres factores:

1. Disposición frente al estudio.
2. Motivación para estudiar.
3. Actitud de los padres.

¿Quién es un buen estudiante?

Winston Churchill sólo se destacó durante su vida escolar en esgrima y declamación; Dalí fue expulsado del colegio; Cezanne no fue admitido en la Escuela de Bellas Artes; Einstein fue considerado como un retrasado mental; para Goethe las reglas de la gramática eran absurdas…

La lista de malos alumnos que se convirtieron en genios de su tiempo es interminable. Y es que "oficialmente" se considera "buen estudiante" a aquel alumno que colecciona notas estupendas y premios a cualquier precio. Que presenta una hoja de vida inmaculada, sin la más mínima caída.

Pero éste tal vez sólo estudia por la nota, buscando el éxito académico y, además, por el camino más corto y más fácil: la acumulación de conocimientos. Estamos ante un ratón de biblioteca que sólo vive para estudiar.

El verdadero buen estudiante, por el contrario, reúne una serie de características que, tal vez, no le proporcionen siempre notas brillantes, pero sí le preparan para un exitoso futuro profesional y una preparación humana integral.

Cómo reconocerlo:

1. El buen estudiante no sólo pone esfuerzo, sino también imaginación, iniciativa, insatisfacción, sentido crítico.

2. Es el protagonista de su propio aprendizaje, descubriendo qué quiere y buscándolo con estilo personal.

3. Comprende que los contenidos no son un fin en sí mismos, sino un instrumento para dar respuestas a las propias dudas.

4. Sus notas son el resultado lógico de saber y haber estudiado, no un trofeo.

5. Su afán de saber es grande. Procede de tener interés e intereses, curiosidad intelectual, amor a la verdad, capacidad de apasionarse.

6. Fomenta en sí mismo la actitud de sorpresa y admiración hacia lo que resulta desconocido e incomprensible. Y tras la admiración viene la pregunta y la necesidad natural de saber.

7. Afronta el esfuerzo y el sacrificio que supone estudiar. No es cómodo ni egoísta y es capaz de entusiasmarse con aquellas materias que le resultan más áridas, pues cree que el interés por las cosas se adquiere y se desarrolla al conocerlas mejor.

8. Es humilde intelectualmente: está consciente de sus propias debilidades.

9. Se responsabiliza de su propio aprendizaje; es su propio guía, su propio maestro. Se compromete voluntariamente en el trabajo de estudiar.

Las Motivaciones:

No existe aprendizaje sin motivos para aprender. La correcta motivación hace surgir el interés y el afán de saber, lo que, a su vez, suscita el esfuerzo, ayuda a centrar la atención y es el origen de propósitos concretos que dan sentido y dirección a todo el trabajo. Sin motivos sólidos no existe fuerza de voluntad para realizar el trabajo.

Motivación consiste en estimular mediante razones válidas la voluntad de aprender y, en general, de mejorar como persona. Esto supone ayudar a descubrir y desarrollar aquellos valores con más posibilidades en cada hijo.

Habitualmente se utilizan dos formas de hacerlo:

1. Motivación extrínseca: se basa exclusivamente en procedimientos externos como premios, castigos, calificaciones, reconocimiento social… Este procedimiento no tiene una relación natural con la tarea que pretenden estimular. Por ejemplo, si un padre promete a su hijo una bicicleta si mejora sus notas, está claro que no existe ningún nexo natural entre la actividad de estudiar y el ciclismo.

Este tipo de incentivo juega un papel importante en las primeras edades escolares. Posteriormente sólo se limita a despertar el interés inicial del alumno, pero no constituye suficiente estímulo como para llevarlo a perseverar.

2. Motivación intrínseca: es aquella en donde aparece una relación natural entre la tarea que se espera del estudiante y el estímulo. Por ejemplo, un estudiante que desea intercambiar correspondencia con un amigo que vive en el extranjero y que, para lograrlo, decide estudiar o perfeccionar un segundo idioma. En este caso, el motivo para estudiar nace de una necesidad interior –comunicarse- que es consecuencia de haber descubierto y aceptado un valor –la amistad-.

Las motivaciones intrínsecas son más recomendables y efectivasque las extrínsecas, porque suelen enlazar con valores más elevados y profundos –la amistad, el servicio a los demás, la curiosidad intelectual… Además porque responden a necesidades y convicciones propias, lo que supone una mejor comprensión de la tarea, un interés más duradero hacia ella y una mayor satisfacción personal en su realización.
Los mejores y cómo fomentarlos

Está claro que no todos los motivos tienen la misma fuerza para despertar el interés y mover la voluntad. Suscitar la correcta motivación es, además, una labor permanente de padres y profesores cuyo logro es consecuencia, no de fórmulas mágicas o infalibles, sino de una manera de entender y aprovechar las situaciones de trabajo de convivencia.

Como dijimos, los mejores motivos son los que se desarrollan por medio de la motivación intrínseca. Este tipo de motivación sólo es posible en la medida en que los padres sepan ver valores detrás de las tareas escolares de sus hijos y es ayuden a descubrirlos. También si son capaces de dedicar tiempo a observar la conducta de los niños, tratando de averiguar cómo es cada uno. Es muy importante, por ejemplo, intentar descubrir qué tipo de propósitos suelen existir detrás de sus actos y qué clase de estímulos responde mejor o es más sensible a cada niño.

Los hijos mejorarán su disposición hacia el estudio si sus padres:

1. Les proporcionan información sobre lo que tienen que hacer y cómo hacerlo tras hablar con los profesores.

2. Les facilitan el lugar, momento y materiales necesarios para estudiar.

3. Observan cómo estudian con el fin de poder orientarlos en las dificultades, ya sea directamente o comunicándoselas a los profesores.

En una encuesta realizada con estudiantes adolescentes en España, se les formuló la siguiente pregunta: ¿Qué les pedirías a tus padres para poder trabajar bien? Las respuestas mayoritarias fueron las siguientes:

1. Que comprendan mi trabajo; que entiendan lo que hago; que sepan que el estudio es un trabajo; que sean comprensivos ante las dificultades; que no se preocupen sólo por las notas.

2. Que me den libertad para organizar mi trabajo.

3. Que no me interrumpan en los momentos de estudio.

4. Que tengan paciencia si algo no sale bien.

5. Que respeten mi forma de trabajar.

6. Que me den facilidades en el horario de estudio y un lugar para trabajar.

Estas respuestas son, prácticamente, todo un programa de actuación de los padres en el estudio de sus hijos. Se alude tanto a tareas –estimular, exigir, enseñar a trabajar, informar-, como a actitudes –paciencia, comprensión, cariño-. Ambas cuestiones son factores importantes de motivación hacia el estudio.

Actitudes de los padres:

Existe una serie de actitudes en los padres que facilitan el QUERER APRENDER de los hijos:

1. Hay que saber que el rendimiento académico es importante en la educación de la persona, pero no es lo "único" trascendental en la vida. La idea es no obsesionarse por las notas, sino valorar el esfuerzo. Si se sobrevaloran las calificaciones, es fácil exigir por encima de las capacidades y pensar que todo el tiempo libre es de estudio.

2. Los hijos son protagonistas de su estudio, pero de alguna manera, también lo son los padres. La relación con el colegio no se puede limitara pagar la mensualidad y a acudir a reclamar si el niño tiene un pobre rendimiento académico.

3. Las razones son bienvenidas, las prédicas sobran. Los grandes discursos sólo atosigan a los hijos, especialmente si en ellos se les compara con otros. Si los motivos para estudiar están claros, no hay que perder tiempo hablando, sino que es necesario exigir.

4. No hay que resolver todo a los hijos. Es bueno que enfrenten retos y busquen caminos para solucionarlos por sí solos.

5. Se ayuda más con el buen ejemplo que quejándose del trabajo o del esfuerzo. Hay que evitar presentar modelos de personas que tiene éxito sin trabajar.

6. El ambiente familiar debiera ser estimulante hacia el aprendizaje y la cultura. Esto se da a través de padres lectores, conversaciones familiares interesantes, aficiones culturales compartidas entre padres e hijos…

7. Animar en las dificultades. Centrarse en lo que se ha conseguido, no en lo que falta por hacer o ha salido mal.

8. Exigir en forma razonable y objetiva, según las posibilidades de cada hijo. Practicarlo supone una manifestación de respeto hacia cada hijo que potencia su autoestima y la confianza. No se puede exigir lo mismo a todos los hermanos.

9. Actuar de modo coordinado con el colegio. Es necesario mantener una relación fluida con el profesor. Hablar siempre bien del colegio y de los profesores.

10. Procurar que los hijos entiendan que estudiar no es un castigo, sino el modo que tiene ellos de enriquecerse y superarse.

Fuente: Revista Hacer Familia www.hacerfamilia.net

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