Como si hubieran despertado de su letargo, las autoridades educativas porteñas han pedido que se hable en las escuelas de la importancia del diálogo; para resolver conflictos, para tratar de entenderse en lugar de pelearse, y para prevenir la violencia. Ojalá estas experiencias fueran duraderas.
Mientras tanto, ¿qué pasa con la enseñanza de la ética, que aborda los valores y la moralidad? En la mayoría de las escuelas, los contenidos parecen haber caído en desuso. Y para algunas, hablar de moral es sinónimo de mojigatería o discriminación. Sin embargo, ¡qué necesidad tienen los adolescentes de aprenderla! ¡Cuánta falta les hace conocer los límites de lo permitido! Porque les guste o no les guste, y aunque la frase esté muy de moda entre ellos, no está “todo bien”.
La ética, ¿es la gran ausente en las escuelas?
¿Mucha estética y poca ética?
Debo confesar que, en el tema de esta nota, me comprenden las generales de la Ley. Un familiar muy cercano fue profesor de ética en varias escuelas secundarias, algunas técnicas. “Los chicos participaban mucho en las clases”, me contaba. “Después de explicarles el tema del día, discutíamos entre todos, cada uno daba su opinión o preguntaba lo que no había entendido. ¡Se armaba cada debate!”. Al evocar esos tiempos, los ojos se le ensombrecían de nostalgia.
Por aquel entonces, un profesor de ética era una persona respetada por los adolescentes; se lo escuchaba en silencio; se podía estar o no de acuerdo, aceptar o discutir la norma establecida, pero no se podía ignorar la materia con sus contenidos, días y horas de clase.
La ética que se enseñaba coincidía con la primera definición de la Real Academia Española: Parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre. Hoy en día, que la moral se asocia a la moralina y se la considera parte únicamente de la esfera privada y no de la pública, la materia y sus contenidos “están en el horno”, como dirían los chicos. Traducido al idioma adulto: “en peligro de extinción”.
Pero si el primer significado para algunos suena vetusto, todavía se hace uso de la palabra en su segunda acepción: Conjunto de normas morales que rigen la conducta humana, ética profesional. Hoy, en nombre de esta, se cometen varias injusticias. Les cuento una anécdota. Cierta vez, ante una consulta por un serio problema de visión, un afamado oculista se negó a darme una segunda opinión: “Usted está en manos de otro oftalmólogo”, se limitó a decirme. Y ante mi insistencia, agregó: “Él y yo pertenecemos a la misma obra social. Se trata de ética profesional, ¿entiende?”. No entendí. Como paciente, pensé que yo merecía una buena atención y un trato considerado. Pero algunos médicos entienden la ética profesional como un “hoy por ti, mañana por mí”, y no se sacan pacientes entre ellos. Los de un mismo grupo, claro. Para evitar tanta ética mal entendida, tuve que hacer una consulta particular.
Pero volvamos a la ética como asignatura ausente en la mayoría de los secundarios de escuelas oficiales. ¿Por qué es tan necesaria? Porque impartir nociones de moral, buenas costumbres, valores, obligaciones sociales, y otros temas que hacen al bien y a la virtud de un ser humano, es tan esencial en este siglo, de mucha estética y poca ética, como enseñar historia y geografía.
Aún más: opino que cualquier materia debería tener incorporada la ética; para que los adolescentes pudieran analizar hechos históricos y actitudes políticas, debatir y concluir si fueron o no morales para la sociedad; para que ellos pudieran ejercer su juicio crítico. Y que luego expresaran lo que sienten y piensan, con respeto, libertad y responsabilidad. Sin que algún profesor fanático pretendiera endilgarles sus opiniones extremas o, caso contrario, mandarlos a examen (tal como ocurre en varios secundarios y, sobre todo, en universidades).
Dicho sea de paso, actitudes como estas, sí están reñidas con la ética docente.
¿Se actúa éticamente?
Además de enseñar la ética en las escuelas, habría que practicarla. Recuerdo que en diferentes épocas e instituciones, además de la nota que un alumno se sacaba en una asignatura, había otra calificación que se promediaba con la anterior: la nota de concepto. Esta última era tanto o más importante que la primera. Hasta podía decidir la aprobación o el “bochazo” en la materia. Aunque a muchos adolescentes esto les pareciera una injusticia, para los más correctos significaba un beneficio.
Les cuento otra anécdota. Una alumna de mi antiguo colegio era una excelente estudiante, se sacaba puros diez y siempre llegaba con la lección aprendida, aunque no le dedicara todo su tiempo al estudio. En cuanto a la conducta, la cuestión no corría pareja pero tampoco era para tanto. Al menos, nunca se había “rateado” que, para las monjas, era la peor falta de todas. Un día, más por curiosidad que por ganas, decidió copiar a otras y hacerse “la rata”. Tras pasar la mañana más aburrida de su vida en la confitería de la esquina, al volver a casa supo que había sido descubierta. La madre, poco acostumbrada a lidiar con el “rateo”, había “caído como chorlito” cuando la llamaron del colegio: “¿Cómo que faltó? ¡Si salió de casa a las siete de la mañana!”.
“Tendrás un cero en todas las materias del día, que se promediará con las notas finales del trimestre”, le anunció la monja directora, enojadísima. “¿Por qué? ¡Póngame un cero en conducta, amonestaciones! ¡Es injusto!”, clamó la alumna, espantada. “No, señorita. El cero es la nota de concepto por haber faltado... a la ética”. En aquel momento, la alumna no lo entendió ni se consoló pero, con el tiempo, terminó por aceptar las consecuencias de la falta. De más está decir que ni ella, ni ninguna otra alumna del curso, volvió a hacerse la rata.
También los profesores deberían actuar éticamente con los alumnos. Porque algunas de sus actitudes, en apariencia aggiornadas con la época, nada tienen de éticas. Permitir que una alumna se copie o pida descaradamente que le “soplen” en una prueba, y mirar para otro lado, por ejemplo. Quejarse de otra docente o de la directora buscando la complicidad de la clase. Revisar trabajos de otros colegios mientras los chicos resuelven un problema de la materia, en lugar de estar atento a cualquier duda que pueda surgir para tratar de disiparla. Y podría citar decenas de ejemplos poco éticos que se dan en los colegios secundarios. Los chicos no sólo lo notan sino que el acto hace mella en su escala de valores y decae su concepto sobre el profesor (aunque el proceder los favorezca como en el primer caso citado).
Para los adolescentes, el colegio debería ser un ejemplo, éticamente hablando y actuando. ¿Lo es?
¿Hasta cuándo la ética será una asignatura ausente en las escuelas? Mi pregunta va dirigida a todos los adultos responsables: autoridades educativas, profesores, padres... Y también a usted, señora o señor lector. Porque cada uno, en su propio ámbito, además de practicar un conjunto de normas morales que rijan nuestra conducta humana y profesional, podemos darle un espaldarazo y exigir que la Ética vuelva a pasar al frente en los colegios. ¡Todo sea por los chicos! ¿No les parece?
Mientras tanto, ¿qué pasa con la enseñanza de la ética, que aborda los valores y la moralidad? En la mayoría de las escuelas, los contenidos parecen haber caído en desuso. Y para algunas, hablar de moral es sinónimo de mojigatería o discriminación. Sin embargo, ¡qué necesidad tienen los adolescentes de aprenderla! ¡Cuánta falta les hace conocer los límites de lo permitido! Porque les guste o no les guste, y aunque la frase esté muy de moda entre ellos, no está “todo bien”.
La ética, ¿es la gran ausente en las escuelas?
¿Mucha estética y poca ética?
Debo confesar que, en el tema de esta nota, me comprenden las generales de la Ley. Un familiar muy cercano fue profesor de ética en varias escuelas secundarias, algunas técnicas. “Los chicos participaban mucho en las clases”, me contaba. “Después de explicarles el tema del día, discutíamos entre todos, cada uno daba su opinión o preguntaba lo que no había entendido. ¡Se armaba cada debate!”. Al evocar esos tiempos, los ojos se le ensombrecían de nostalgia.
Por aquel entonces, un profesor de ética era una persona respetada por los adolescentes; se lo escuchaba en silencio; se podía estar o no de acuerdo, aceptar o discutir la norma establecida, pero no se podía ignorar la materia con sus contenidos, días y horas de clase.
La ética que se enseñaba coincidía con la primera definición de la Real Academia Española: Parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre. Hoy en día, que la moral se asocia a la moralina y se la considera parte únicamente de la esfera privada y no de la pública, la materia y sus contenidos “están en el horno”, como dirían los chicos. Traducido al idioma adulto: “en peligro de extinción”.
Pero si el primer significado para algunos suena vetusto, todavía se hace uso de la palabra en su segunda acepción: Conjunto de normas morales que rigen la conducta humana, ética profesional. Hoy, en nombre de esta, se cometen varias injusticias. Les cuento una anécdota. Cierta vez, ante una consulta por un serio problema de visión, un afamado oculista se negó a darme una segunda opinión: “Usted está en manos de otro oftalmólogo”, se limitó a decirme. Y ante mi insistencia, agregó: “Él y yo pertenecemos a la misma obra social. Se trata de ética profesional, ¿entiende?”. No entendí. Como paciente, pensé que yo merecía una buena atención y un trato considerado. Pero algunos médicos entienden la ética profesional como un “hoy por ti, mañana por mí”, y no se sacan pacientes entre ellos. Los de un mismo grupo, claro. Para evitar tanta ética mal entendida, tuve que hacer una consulta particular.
Pero volvamos a la ética como asignatura ausente en la mayoría de los secundarios de escuelas oficiales. ¿Por qué es tan necesaria? Porque impartir nociones de moral, buenas costumbres, valores, obligaciones sociales, y otros temas que hacen al bien y a la virtud de un ser humano, es tan esencial en este siglo, de mucha estética y poca ética, como enseñar historia y geografía.
Aún más: opino que cualquier materia debería tener incorporada la ética; para que los adolescentes pudieran analizar hechos históricos y actitudes políticas, debatir y concluir si fueron o no morales para la sociedad; para que ellos pudieran ejercer su juicio crítico. Y que luego expresaran lo que sienten y piensan, con respeto, libertad y responsabilidad. Sin que algún profesor fanático pretendiera endilgarles sus opiniones extremas o, caso contrario, mandarlos a examen (tal como ocurre en varios secundarios y, sobre todo, en universidades).
Dicho sea de paso, actitudes como estas, sí están reñidas con la ética docente.
¿Se actúa éticamente?
Además de enseñar la ética en las escuelas, habría que practicarla. Recuerdo que en diferentes épocas e instituciones, además de la nota que un alumno se sacaba en una asignatura, había otra calificación que se promediaba con la anterior: la nota de concepto. Esta última era tanto o más importante que la primera. Hasta podía decidir la aprobación o el “bochazo” en la materia. Aunque a muchos adolescentes esto les pareciera una injusticia, para los más correctos significaba un beneficio.
Les cuento otra anécdota. Una alumna de mi antiguo colegio era una excelente estudiante, se sacaba puros diez y siempre llegaba con la lección aprendida, aunque no le dedicara todo su tiempo al estudio. En cuanto a la conducta, la cuestión no corría pareja pero tampoco era para tanto. Al menos, nunca se había “rateado” que, para las monjas, era la peor falta de todas. Un día, más por curiosidad que por ganas, decidió copiar a otras y hacerse “la rata”. Tras pasar la mañana más aburrida de su vida en la confitería de la esquina, al volver a casa supo que había sido descubierta. La madre, poco acostumbrada a lidiar con el “rateo”, había “caído como chorlito” cuando la llamaron del colegio: “¿Cómo que faltó? ¡Si salió de casa a las siete de la mañana!”.
“Tendrás un cero en todas las materias del día, que se promediará con las notas finales del trimestre”, le anunció la monja directora, enojadísima. “¿Por qué? ¡Póngame un cero en conducta, amonestaciones! ¡Es injusto!”, clamó la alumna, espantada. “No, señorita. El cero es la nota de concepto por haber faltado... a la ética”. En aquel momento, la alumna no lo entendió ni se consoló pero, con el tiempo, terminó por aceptar las consecuencias de la falta. De más está decir que ni ella, ni ninguna otra alumna del curso, volvió a hacerse la rata.
También los profesores deberían actuar éticamente con los alumnos. Porque algunas de sus actitudes, en apariencia aggiornadas con la época, nada tienen de éticas. Permitir que una alumna se copie o pida descaradamente que le “soplen” en una prueba, y mirar para otro lado, por ejemplo. Quejarse de otra docente o de la directora buscando la complicidad de la clase. Revisar trabajos de otros colegios mientras los chicos resuelven un problema de la materia, en lugar de estar atento a cualquier duda que pueda surgir para tratar de disiparla. Y podría citar decenas de ejemplos poco éticos que se dan en los colegios secundarios. Los chicos no sólo lo notan sino que el acto hace mella en su escala de valores y decae su concepto sobre el profesor (aunque el proceder los favorezca como en el primer caso citado).
Para los adolescentes, el colegio debería ser un ejemplo, éticamente hablando y actuando. ¿Lo es?
¿Hasta cuándo la ética será una asignatura ausente en las escuelas? Mi pregunta va dirigida a todos los adultos responsables: autoridades educativas, profesores, padres... Y también a usted, señora o señor lector. Porque cada uno, en su propio ámbito, además de practicar un conjunto de normas morales que rijan nuestra conducta humana y profesional, podemos darle un espaldarazo y exigir que la Ética vuelva a pasar al frente en los colegios. ¡Todo sea por los chicos! ¿No les parece?
por María Brandán Aráoz
Escritora
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