Una de las mayores dificultades que experimentamos reside en percibir como propios los problemas que advertimos en nuestra sociedad. El caso de la educación proporciona un claro ejemplo de esta conducta. Así lo confirman unos pocos datos: si bien la mayoría de los argentinos entiende que la educación atraviesa serios problemas en el país, interpreta que se trata de una crisis que no afecta a su propia familia.
En un estudio realizado en nueve ciudades del interior de la Argentina, el 86% de los entrevistados calificó la situación de la educación en el país como regular, mala o muy mala. Sin embargo, el 60% dijo estar conforme o muy conforme con la educación recibida por ellos o sus hijos.
Y así se podrían seguir comentando resultados de numerosas investigaciones que desnudan esa actitud. Baste como ejemplo mencionar el hecho de que, al calificar de manera general el rendimiento académico de los alumnos en el país, el 47% de los encuestados consideró que éste era bueno o aceptable. Sin embargo, al evaluar el rendimiento de los propios hijos, el 81% de los padres lo consideró bueno; el 15%, regular, y malo sólo el 3 por ciento.
Sugestivamente, esa conformidad varía al comparar las actitudes de padres pertenecientes a otras sociedades. Cuando se investiga la satisfacción de los padres con el colegio en el que sus hijos cursan el quinto grado de la educación elemental, ésta alcanza el 75% en Estados Unidos, el 50% en Taiwan y el 33% en Japón.
Los resultados coincidentes de estudios realizados en la Argentina, utilizando métodos diferentes y realizados en grupos de población diversos y en distintos momentos, permiten concluir inequívocamente que los padres argentinos consideran que la educación en el país atraviesa una profunda crisis de la que ellos y sus hijos, milagrosamente, han logrado escapar.
La sorprendente disociación que insinúan estas investigaciones entre la percepción del estado general de la educación y la de la situación personal constituye, pues, un claro ejemplo de la ceguera individual frente a desajustes que se advierten en la sociedad.
Esta misma observación puede hacerse extensiva a muchos de los problemas que nos afectan. Alarma la criminalidad juvenil, pero los familiares de los delincuentes afirman que éstos son chicos maravillosos. La violencia es una presencia constante, pero aun aquellos a quienes vemos agredir, nos son presentados como dedicados padres de familia. Espanta la corrupción, pero lo hace como concepto abstracto, porque quienes nos rodean no parecen responsables de ella, ya que aparecen revestidos de una honestidad intachable.
Será muy difícil que comiencen a solucionarse los serios problemas que nos afectan como sociedad mientras no asumamos que las profundas crisis que advertimos en el escenario público constituyen el fiel reflejo de lo que sucede en el ámbito de nuestras vidas cotidianas. Es allí donde, con el ejemplo, deberemos actuar.
Guillermo Jaim Etcheverry Para LANACION El autor es educador y ensayista
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