lunes, 10 de septiembre de 2007

Aprender a aprender


Saber que no se sabe ya es saber, si no sabemos que sabemos, creemos que no sabemos y, si creemos que sabemos pero no sabemos y actuamos como si supiéramos, podemos provocar graves consecuencias.

Todos somos ignorantes, pero en temas diferente pues al ser humano le es imposible saberlo todo, es más, reconocer la ignorancia en alguna materia ya es un conocimiento, porque abre la puerta del aprendizaje. Nuestra mayor ignorancia es no saber que no sabemos.

Todo lo que aprendemos en la vida pasa por cuatro fases

La ignorancia
La Información
El conocimiento
La sabiduría.

La fase del conocimiento llega de la mano de la confusión. Para pasar de la fase de la información a la del conocimiento, hay que cruzar el territorio de la confusión.

Cuando llegan a este punto, muchos estudiantes abandonan los libros, porque no soportan atravesar la confusión, aunque forme parte del proceso de aprendizaje.

Los maestros y profesores deberían entender la importancia de esta etapa en el aprendizaje para no caer en la desilusión de verificar que los alumnos no entiendan o no aprendan lo que les están enseñando.
La actitud tendría que tender a acompañar y alentar a los alumnos para abandonar la comodidad.

Si ante nuestros ojos apareciera algo completamente nuevo, que nunca hubiéramos visto antes, nuestra primera percepción parecería confusa (¿qué es éso?). Pero nuestro cerebro tiene la capacidad de procesar informaciones, siempre y cuando estemos abiertos para que eso ocurra, y lo que era confuso se volverá familiar, y lo que era incomprensible se volverá obvio.

La arrogancia (el orgullo, la soberbia) es ceguera cognitiva Asumir una pose de saberlo todo significa cerrar los canales al conocimiento. Para llegar al conocimiento es necesario abrirse a lo nuevo y tener voluntad para aprender para, sin miedo, penetrar en lo desconocido. Solamente de esta manera es posible superar dificultades y atravesar la confusión.

En la plenitud del conocimiento (que no significa saberlo todo, sino saber bien lo que se sabe), se llega a la cuarta fase del aprendizaje: la sabiduría. Nuestro cerebro ha conseguido asimilar de tal manera ese conocimiento que ya no necesitamos prestarle atención, está en nosotros, forma parte de nuestra estructura mental. En esta fase, la persona no sabe cuánto (o cómo) sabe.

El bebé nace sin saber caminar. Al principio, ni siquiera sabe que no sabe. Más tarde, cuando ve a otras personas andando, desea también caminar, y entonces se da cuenta de que no sabe. Al tomar conciencia de su ignorancia, comienza a aprender. Después realiza las primeras tentativas y a] principio no consigne ningún resultado, pero ya se da cuenta de lo que debe hacer. Entonces comienza a probar con más ahínco, da dos o tres pasos y se cae.

Lo intenta de nuevo y se cae. Se siente confundido y lo intenta nuevamente. Y continúa cayéndose. pero no renuncia hasta que aprende. Pasado algún tiempo, aquello que le había exigido tanto esfuerzo para aprenderlo, se convierte en algo tan simple que ni siquiera se da cuenta de que está caminando.

Somos inconscientemente incompetentes en la primera fase, conscientemente incompetentes en la segunda, conscientemente competentes en la tercera, e inconscientemente competentes en la cuarta. Así es el proceso de aprendizaje
Saber alguna cosa es muy diferente de saber enseñarla. En las universidades es muy habitual encontrarse a grandes sabios que son pésimos profesores.

Pero no es solo en la escuela donde aprendemos y enseñamos.
Este proceso ocurre todo el tiempo y en todos los ambientes, el buen comunicador es en la práctica un profesor. Sólo aquel que sobresale de la uniformidad consigue despertar interés y atención.

La segunda técnica es la repetición, que es el origen del proceso de aprendizaje. De la misma manera que un bebé aprende a caminar repitiendo y repitiendo sus intentos, cualquiera de nosotros aprende con más facilidad cuando el método se basa en repeticiones bien dosificadas.

El conocimiento no significa acumulación de información, sino competencia para actuar.
El profesor intenta transmitir nuevas ideas y debe buscar que, no sólo sean entendidas sino también aceptadas por el oyente.

Cuando intentamos convencer a alguien de hecho estamos transmitiendo (enseñando) una manera de pensar distinta de la que esa persona tenía anteriormente

Existen algunas técnicas que facilitan este proceso enseñanza/aprendizaje.
Crear un impacto es una de esas técnicas. Si logramos provocar una situación de impacto, de sorpresa, de impresión fuerte e inesperada, atraeremos la atención de nuestros oyentes. Cuanta más espontaneidad transmitamos, mejor.

¿Por qué la mayor parte de los estudiantes aprenden una asignatura, dedicándose días y días a estudiarla, y después de tanto esfuerzo, lo olvidan todo? Esto nos pasa o nos ha pasado a todos. El problema es que en la escuela, de hecho, no se aprende, sólo nos tragamos una serie de conocimientos. Necesitamos aprender a aprender.

El reconocimiento no significa acumulación de información, sino competencia para actuar.
La utilidad es la tercera técnica. Sólo asimilamos aquellos conocimientos que utilizamos en nuestra vida. En la actualidad con la inmensa cantidad de informaciones que circulan todo el tiempo, no tiene ningún sentido memorizar una serie de conocimientos que nunca nos serán útiles.

Si empleáramos la misma cantidad de tiempo en aprender a aprender, la mente sabría cómo procesar informaciones con mucha más facilidad y así estaríamos siempre aprendiendo, a cada instante.

El conocimiento verdadero es el que pasa a formar parte de nosotros, y deja de ser una referencia externa. La capacidad de interiorización es otro aspecto del proceso de aprendizaje.

Aprender es un proceso que no tiene fin. Siempre tenemos algo que aprender. El método más poderoso que existe para enseñar y comunicarse es: la metáfora.
En las historias, en las parábolas, en las fábulas, el poder de la metáfora se encuentra concentrado Cuando se dice: «Érase una vez» o «Hace mucho tiempo», en realidad se habla del presente, de aquí y ahora.

Las historias metafóricas son eternas.

Uno de los deportes tradicionales de Alaska es la tala de árboles. Hay leñadores famosos con un gran dominio, habilidad y energía en el uso del hacha. Un joven que quería convertirse también en un gran leñador, oyó hablar del mejor de los leñadores del país y decidió ir a su encuentro.
—Quiero ser su discípulo. Quiero aprender a cortar árboles como usted.
El joven se aplicó en aprender las lecciones del maestro y después de algún tiempo creyó haberlo superado. Se sentía más fuerte, más ágil, más joven, estaba seguro de vencer fácilmente al viejo leñador. Así desafió a su maestro en una competición de ocho horas, para saber cuál de los dos podía cortar mas árboles.
El maestro aceptó el desafío y el joven leñador comenzó a cortar árboles con entusiasmo y vigor. Entre árbol y árbol miraba a su maestro, pero la mayor parte de las veces lo encontraba sentado El joven volvía entonces a sus árboles. Seguro de vencer. y sintiendo pena por su viejo maestro.
Al caer el día, para gran sorpresa del joven, el viejo maestro había cortado muchos más árboles que él
—Cómo puede ser? —se sorprendió—. Casi todas las veces que lo miré, usted estaba descansando.!
—No, hijo-mío, yo no descansaba. Estaba afilando mi hacha. Esa es la razón por la que has perdido.
El veterano empleado en afilar el hacha es valiosamente recompensado.
El refuerzo en el proceso de aprendizaje, que dura toda la vida, es como afilar el
hacha.

Tomado de un libro de Lair Ribeiro


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