Que la familia es primera escuela de vida no es una novedad, todos los especialistas, profesionales y cuanto ámbito académico podamos consultar, nos transmitirán este concepto.Escuela de vida, de la vida y para la vida porque dentro de cada familia es posible encontrar la conformación de una sociedad, una pequeña comunidad en la que se ponen en juego los roles y se adquieren los valores, los hábitos, las virtudes.
En esta escuela, los padres son los que tienen el rol primordial porque son el modelo más cercano que los hijos tienen para imitar. Y nadie-menos aún un niño- imita un modelo que no le guste o que le muestre demasiadas contradicciones. Es la familia una escuela de valores en la cual los padres transmiten a sus hijos lo que ellos estiman necesarios para llegar a ser una buena persona, capaz de realizar en el futuro un proyecto de vida y relacionarse bien con los demás.
Pensar que conscientemente los padres quieran transmitir algo contrario a ésto, sería entrar en situaciones particulares, algunas quizá con cierto grado de patología (historias personales de cada progenitor, por ejemplo). Lo cierto es que en general, las familias tienden hacia una educación en valores humanos y trascendentes acordes con su estilo de vida. El tema es el "cómo" alcanzar un objetivo tan amplio que implica el largo plazo.
Todos deseamos, desde el momento en que planificamos una familia, llegar a tener hijos con ciertas cualidades como por ejemplo, la sinceridad, la responsabilidad, la amabilidad, y sabemos también que es solamente un deseo porque lo único con lo que podremos contar será con la realidad.
Las palabras y los hechos, no sólo de los padres en la familia, sino también los del resto de la familia (abuelos, hermanos, tíos, primos) serán un espejo en los que un niño se mire porque todo lo que se desarrolle a su alrededor, dentro y fuera del hogar influirá en su vida y en la gestación de su particular modo de ser . Lo que hay que acentuar y mencionar a priori es que esta empresa educativa de la familia necesita convencimiento, paciencia, y coherencia para alcanzar el objetivo porque los frutos se podrán medir en el futuro pero, ya podemos ir gustando de algunos logros o corrigiendo algunas equivocaciones.
En el tema de la educación en valores es muy importante el rol y el trabajo perseverante de los adultos, porque todos interactúan en la vida de un niño, de ahí la necesidad de que dichos adultos fomenten hábitos saludables y que dentro del entendimiento de cada niño según su edad, éstos puedan ir conociendo qué es el bien y qué es el mal y que dicho conocimiento se traduzca en acciones concretas que se traducirán en valores.
Es importante que los niños vean en los adultos y experimenten el valor de la coherencia entre lo que dicen y lo que hacen pero, es muy común decir una cosa y hacer otra. Está el clásico ejemplo de hacer atender el teléfono al niño y pedirle que digan que no estamos pero hay muchas otras situaciones bastante comunes como protestar contra parientes o amigos y cuando los vemos adoptar una actitud complaciente como si nada, en fin, son pequeños detalles y errores que todos cometemos. Las conductas ambivalentes tiran por la borda cualquier discurso teórico. Si el padre y la madre tratan a otros con respeto, saludan con cortesía, agradecen las gentilezas y retribuyen bien con bien, será la mejor pedagogía.
En este punto podríamos llegar a creer que los hijos necesitan padres perfectos pero la respuesta es no porque de lo contrario, no serían seres humanos. Sí en cambio, necesitan ver que las equivocaciones, los días malos que traen reacciones intempestivas, las malas contestaciones o los gestos ofensivos, van acompañados del pedido de perdón por el mal trato o la admisión del error cometido. Si transmitimos esto y el niño lo percibe, desarrollará la confianza, un valor tan necesario en estos momentos de individualismo y fragmentación de los vínculos.
En el hogar y en la escuela tiene que haber también ciertas normas para ser tenidas en cuenta, normas que están sostenidas por un valor. Ejemplo: el niño suele tirar todos sus juguetes al suelo y cuando entramos al cuarto le ordenamos que los ponga en su lugar sin más explicaciones y con tono autoritario; probablemente lo que se logremos será una reacción desfavorable y no ordenará sus juguetes. En cambio si le enseñamos el orden como una manera de facilitar, en este caso, la ubicación de cada juguete, lograremos que asimile el valor "orden" porque la norma tiene sustento y estaremos tendiendo a educar en la disciplina moral que se traduce en valores y normas.
Otro aspecto a tener en cuenta es que la conducta es perfectible y lo más importante es la persona por eso, será mucho más educativo no poner etiquetas como: eres un egoísta, eres malo, desordenado, etc. porque son hábitos que pueden ser educados; habrá que apuntar en cambio a expresiones como: ¿no podrías ser más ordenado?; ¿podrías ser más generoso?; ¿podrías comportarte un poco mejor? y afirmar con el mensaje "yo sé que tú puedes porque eres muy valioso". Hay muchos aspectos que la educación hoy tiene que rever. En las escuelas sobre todo, cuando se etiqueta a los chicos que tienen mala conducta como malos y se emite el juicio: "es malo", sin evaluar la intención y no el resultado de los actos que realiza; es muy importante hacerles notar la intención y cualquier penitencia que se les imponga, no deberá ser el resultado del desagrado de los adultos sino consecuencia de la acción realizada. Sumamente instructivo es comprometerlos en la reparación de la acción cometida y, si rompió algo, que ayude a repararlo en lugar de castigarlo prohibiéndole algo que le gusta como ver televisión por ejemplo.
Los hábitos y virtudes se van internalizando cuando son vividos, forman parte de un proceso en el que la voz interior, la conciencia moral, nos va impulsando a hacer lo que está bien y evitar lo que está mal. Y en este proceso hay dos elementos que van jugando en favor de las opciones, la culpa y el orgullo y, si siento culpa, quizá me esté dando cuenta que hice algo mal. Igualmente hay que estar atentos y ser muy cuidadosos porque los niños pueden sentir culpa por acciones realizadas sin intención de hacer daño.
A modo de conclusión:
El rol de los padres ante el desarrollo de la conciencia moral de los niños desde pequeños, es muy importante como así también el de los maestros y demás adultos que rodean a los pequeños.Y los adultos tendrán que aprender a ponerse en el lugar de ellos sin dejar de ser adultos, tratando de poner atención en la formulación de juicios positivos, no descalificando lo que les pasa, generando espacios de encuentro y de gestos de amor como una mirada, un abrazo, un guiño, un te quiero. También como adultos tendremos que abandonar a veces nuestro punto de vista y comprender el de los niños descartando juicios valorativos, ayudarlos a que puedan poner en palabras sus emociones, dedicarles tiempo para dialogar, acompañar, jugar, compartir y aprovechar situaciones y buscar disparadores para poder abordar el tema de la importancia de los valores y las normas para la vida personal, familiar y social.
Autor: María Inés Maceratesi
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