Los niños a veces tienen malas conductas o simplemente "caprichos". Es común observarlo en la calle - por ejemplo o en algún lugar público- la manera en que algunos niños manipulan a sus padres y éstos responden a esta conducta sancionándolos con algún castigo, lo más común un sacudón, un tirón de cabellos o gritos pero esto es contraproducente, pues estas reacciones de los niños no pueden ser sancionadas con castigos y sí, en cambio, aprender a recompensar los buenos actos y actitudes positivas.
El objetivo que persiguen los padres, en general, es que los hijos aprendan pautas de comportamiento, de ahí que será útil buscar técnicas efectivas a largo plazo. Los castigos inmediatos producen un efecto momentáneo pero, las recompensas, dicen los expertos, que consiguen efectos estables y duraderos.
Uno podría preguntarse porqué habría que recompensar una conducta que se supone debe ser la correcta pero debemos pensar que las personas son más proclives a realizar cosas en las que encuentran una compensación y evitan aquéllo que les supone un esfuerzo o dificultad que deducen, no será recompensada.
Los niños, aprenden y repiten mejor aquellos comportamientos que saben les producirá algún beneficio pero los adultos deberán ser prudentes en la forma de administrar las recompensas y sobre todo no abusar de ellas.Y cuando se habla de recompensas, lo más común es que se piense en algún bien material sin advertir que las recompensas más eficaces no tienen mucho que ver con lo material y sí en cambio, con lo inmaterial como el elogio, la atención, el afecto, la compañía, todas muy económicas y rentables.
Pero ¿qué es lo que debe recompensarse?, cosas simples pero siempre aplicar la recompensa en el mismo momento que el niño realizó algo correctamente ya que si se pospone, se corre el riesgo de que el niño olvide por que lo están premiando.
Aún así, no es necesario recompensarlo cada vez que hace algo bueno, sino hacerlo una vez cada tanto para que no pueda especular con la recompensa y así se convierta en alguien que hará las cosas por interés y no porque debe hacerlas.
En el caso de los niños muy conflictivos, si los padres no encuentran conductas que compensar, habrá que informarle al niño sin exaltarse ni de manera violenta, lo poco apropiada que es la conducta que ha tenido hasta ese momento.Lo más importante es que los padres inculquen a sus hijos nuevas conductas que más tarde les permita sociabilizarse positivamente.
Se trata también de aprender a poner límites, algo que muchos padres no hacen por miedo a recibir el rechazo de sus hijos o porque tratan de no repetir patrones autoritarios en los cuales se criaron. Pero hay padres que no ponen límites porque no saben o por comodidad, ya que es mucho más fácil decir "sí" que "no".
Es un gran error porque los niños en el fondo saben que los padres, aunque les pongan límites, los quieren y ellos también quieren a sus padres porque son sus referentes, aunque a veces discutan. Los adultos por su parte, deben conocer sus propios límites porque si ellos no los tienen, tampoco sabrán ponerlos.
A medida que los hijos crecen hay que ir adecuando las técnicas y trabajar en base a la negociación, aún reconociendo que hay asuntos que no son negociables, por ejemplo si un niño o niña asiste a una fiesta y vuelve alcoholizado ¿cuál sería la actitud a adoptar por los padres?. Las respuestas las tienen que buscar en el seno de la familia, ya que en ella crecieron esos niños y sería útil repasar los valores y normas sobre los cuales se edificó la misma.
Es importante sí, no perder la posibilidad de ejercer un estilo comunicativo con los hijos, mostrándoles que estamos diciendo cosas pero acompañando las mismas con gestos corporales que las acrediten; el lenguaje verbal y el no verbal no deben contradecirse. Una actitud muy importante en estos casos es la coherencia, explicar el por qué de alguna decisión a tomar y actuar de la misma manera que se les pide a los hijos que actúen, escuchando con atención, mirando a los ojos y manteniendo una actitud calma, resaltando lo que hacen bien y poniendo límites que tengan valor sin chantajearlos emocionalmente con dichos como que la mamá se entristecerá si persiste en su conducta.
Si algo está mal, está mal y hay que decírselo, de lo contrario, ¿quién se lo dirá?. Se supone que los padres son los que deben acompañar el crecimiento y dar algunas señales de lo que está bien o mal, para eso son los adultos.
El tiempo que se supone se "gasta" en hablar y enseñan o modificar o corregir, redundará en beneficio futuro. Por último entender que la puesta de límites no avala que el adulto se sobrepase y sea demasiado extricto; los límites sirven para evitar que los niños y niñas crezcan teniendo poca resistencia a la frustración o vayan en camino de ser malos perdedores.
Decirles a los hijos que los amamos y hacer que se sientan amados es muy buno, pero también hay que hacerles saber que no siempre todo cuanto hacen está bien. La profesora Ángels Geis, experta en estos temas dice que "Pensar que ésto ya lo aprenderá en el colegio, es una equivocación porque la escuela cada año tiene unos profesores diferentes y sólo ocupa un veinticinco por ciento del tiempo del niño"
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