Por
Javier Úbeda Ibáñez
No deja de ser una paradoja lo que sucede en el socialismo liberal. Se trata de algo que nos interesa especialmente porque atañe de un modo muy inmediato a la cuestión del derecho de los padres a elegir los centros educativos de sus hijos. Salvo honrosas excepciones, todos los socialistas liberales son partidarios de la enseñanza estatal en exclusiva. Con esto se comprueba una vez más la tendencia de todo socialismo a convertirse en un “estatismo”, y conste que el socialismo liberal no ha dejado de preocuparse, precisamente en virtud del coeficiente liberal que en él existe, de los graves problemas que la centralización y el estatismo le plantean al valor de la libertad del ciudadano.
Por lo común, ante el socialismo liberal la gente no se interesa sino por la cuestión de hasta qué punto admite éste los derechos de la propiedad privada. Ciertamente se trata de una cuestión importante no ya sólo en sí misma, sino también por sus repercusiones sobre otros asuntos decisivos en la estructura de la coexistencia humana o de la vida civil en general. Pero si el tema de la propiedad privada es importante, ello en último término se debe a que ésta significa un instrumento que hace posible la iniciativa privada y, a la vez, la iniciativa privada no se limita a sus aplicaciones a los bienes de naturaleza material.
En el ámbito de esa iniciativa entran también, y en una forma eminente, otros bienes de rango superior: los que son el objeto de la actividad educativa en su más amplio o esencial sentido. Y todos ellos se relacionan claramente con la dignidad de la persona humana y con la libertad propia de ésta.
El socialismo liberal reconoce y acepta la libertad, también la justicia, pero entendiéndolas en la forma de unas grandes rúbricas abstractas, enteramente indeterminadas, que en principio todos los hombres están dispuestos a admitir. Las discrepancias empiezan cuando hay que determinar concretamente la forma de llevar a cabo la justicia y la libertad (como igualmente la tolerancia, inicialmente entendida, asimismo, como un valor abstracto).
A la hora de hacer esa concreta determinación surgen las diversas opiniones y la única forma de establecer algo definitivo es recurrir al sistema de la votación y respetar lo que salga de las urnas. En este sentido, el socialismo liberal es evidentemente liberal. Nadie puede negarle que se merece este título. Pero el socialismo liberal ha ido mucho más lejos que el viejo liberalismo, aunque es verdad que ya en éste se encontraban los gérmenes del extremoso relativismo en que hoy se incurre. De todas formas, el viejo liberalismo reconocía, a su modo, unos ciertos derechos naturales, que como tales no se discutían. Pero el socialismo liberal no reconoce estos derechos naturales. Para él, todo es opinable, porque no admite que el hombre esté previsto de una naturaleza o esencia que él mismo pueda conocer y de la cual derivan unas expresiones objetivas igualmente esenciales. Las únicas exigencias de las que el socialismo liberal se manifiesta abiertamente partidario son de carácter técnico, de tal manera que el coeficiente socialista que en esta ideología existe resulta así presentado como un elemento necesario para la mejor organización de la sociedad.
Cabalmente es la técnica socialista de la organización de la sociedad donde se halla el motivo por el que ha de excluirse, según este movimiento, toda enseñanza que no sea la del Estado. Y así hace falta decir que en este punto el llamado socialismo liberal es mucho menos liberal que socialista. En materia de educación, se trata de un movimiento que representa un puro y simple socialismo, sin mezcla alguna de liberalismo. Aunque usa el adjetivo liberal, prescinde de su significado y su valor a la hora de establecer concretamente el modo en que la enseñanza debe ser impartida, interpretándola como uno de los cometidos del Estado y excluyendo el derecho de la iniciativa privada a la creación de los centros educativos correspondientes.
Es increíble la ceguera que hay en este asunto cada vez que se le examina desde el punto de vista del simple interés político. Porque en efecto sucede que incluso los que se muestran partidarios del llamado socialismo liberal, lo consideran, no obstante, como efectivamente liberal, basándose en que este movimiento entra en el juego del sistema de los partidos y está dispuesto en su caso, a admitir lo que salga de las urnas. ¡Qué pobre idea de la libertad! Por lo visto, se piensa que la respetan los que no admiten el derecho de los padres a la elección de los centros educativos de sus hijos.
¿Piensan ustedes, realmente, que cabe ser liberal a la vez que se niega ese derecho? ¿O es que el derecho en cuestión se refiere a un asunto de muy poca o ninguna trascendencia?
Mucho nos tememos que la discusión de la validez de los diversos movimientos políticos se esté llevando a cabo sin entrar a fondo en las cuestiones de mayor trascendencia e importancia. Y estamos seguros de que la mayoría de los que hablan sobre el socialismo liberal sin ser partidarios de él no llegan ni tan siquiera a preguntarse cuál es la actitud que éste mantiene en una cuestión tan grave como la tarea educativa. Hasta tal punto hay ignorancia y confusión acerca de ello, que hemos podido comprobar que no son pocos los que se figuran que la actitud del socialismo liberal en materia de educación se reduce al principio de la igualdad de oportunidades, es decir, a algo que esencialmente nadie niega en el momento presente.
Pero una cosa es la igualdad de oportunidades y otra la tesis de que el Estado tiene el monopolio del derecho a la educación. Tal monopolio no se justifica por la mencionada igualdad. Porque la obligación de hacer posible que todos los ciudadanos se eduquen –una obligación del Estado, sin duda alguna– no autoriza a afirmar que todos los centros educativos hayan de ser estatales. Para resolver los problemas económicos implícitos en el derecho de todos los ciudadanos a ser educados, no hace ninguna falta que sean instituciones estatales los centros de educación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario