lunes, 13 de abril de 2009

Infancia y educación

Más allá de la retórica sobre infancia y educación

Los temas relacionados con la infancia suelen despertar un notable consenso. Así, hay un generalizado acuerdo en que los primeros años de la vida humana son fundamentales y que en ellos se juega buena parte de nuestro futuro como personas y como sociedad.

A fraguar ese consenso sin duda ha contribuido la miríada de investigaciones que muestran la importancia de los primeros años desde todos los puntos de vista posibles. Además, los temas relacionados con la infancia suelen catalizar emociones que generalmente también son fáciles de compartir, de manera que ver a un bebé sano y feliz produce en la mayor parte de las personas una sensación positiva sólo comparable al rechazo que provoca ver a niñas o niños pequeños sometidos a privaciones o padecimientos.

Con frecuencia, sin embargo, este consenso forma parte de la retórica en torno a la infancia y sus asuntos, una retórica que no siempre acaba materializándose en hechos concretos que traduzcan los buenos sentimientos generalizados y los acuerdos unánimes. Lo urgente no es convencer a nadie de la importancia de la infancia (todos estamos convencidos), sino realizar acciones que traduzcan el compromiso efectivo con sus derechos y sus posibilidades.

Hasta no hace mucho estos temas tendían a tratarse desde el punto de vista de las "necesidades infantiles", pero cada vez hay mayor acuerdo en que el enfoque pertinente es el de los "derechos de la infancia". Un cambio de óptica muy importante, porque mientras que las necesidades reclaman atención y satisfacción frecuentemente a través de algunos actos muy concretos, los derechos exigen un tratamiento más complejo y necesariamente más ambicioso.

Por ejemplo, los niños tienen necesidad de comer, pero tienen derecho a la salud (lo que implica, entre otras cosas, responder a su necesidad de nutrientes, pero claramente mucho más); tienen necesidad de relacionarse con los demás, pero tienen derecho a que en esas relaciones se respete su individualidad al tiempo que se promueve su integración social.

Sin duda alguna, el derecho a la educación forma parte del elenco fundamental de los derechos de la infancia. Nos referimos ahora a la educación que tiene lugar típicamente en la escuela, en espacios y contextos formalizados, bajo la dirección de profesionales de la educación y en aplicación de un determinado currículo diseñado por los administradores de la educación. En relación con este tipo de educación, y frente a la tentación de la retórica también ligada al término educación (su importancia trascendental, su papel clave en el desarrollo personal y social, etc.), conviene centrar la reflexión en hechos concretos referidos a la realidad iberoamericana:

- Los niveles de cobertura educativa son muy desiguales en la región. Algunos indicadores muy sensibles son la escolarización antes de los 6 años -en que suele comenzar la obligatoriedad escolar- y las tasas de abandono antes de finalizar la educación primaria.

- Esos distintos niveles de cobertura están en gran medida relacionados con otros indicadores educativos más generales. Por ejemplo, no es casualidad que los cinco países con más altas tasas de analfabetismo adulto estén también entre los que presentan más bajas tasas de escolarización para el nivel de 5 años, es decir, el curso anterior a la primaria.

- Como muestra el informe Metas educativas 2021, existen notables desigualdades dentro de la región por lo que se refiere al acceso a la educación, desigualdades que se dan no sólo entre unos países y otros, sino, dentro de un mismo país, entre unas regiones y otras, o entre unos grupos étnicos y otros. Los derechos de unos están mucho mejor satisfechos que los de otros, lo que requiere la adopción de medidas de compensación de desigualdades, con particular incidencia para los grupos más desfavorecidos.

- La meta de 12 años de educación para todos debe traducirse en un modelo de 3+9, en el que los tres primeros años transcurren antes del comienzo de la educación primaria, dando prioridad a su implantación en aquellas zonas y lugares con peores indicadores sociales y educativos. En estas circunstancias, empezar tarde se relacionará con acabar prematuramente y sin obtener suficientes beneficios.

- En todos los lugares y para todas las edades, pero muy en especial para las edades iniciales y para los lugares más desfavorecidos, las acciones sobre la infancia deben ser integrales, de forma que junto a la acción educativa se desarrollen mecanismos que aseguren la satisfacción del derecho a la salud, incluida la alimentación, así como el derecho al bienestar, incluida la protección frente a toda forma de discriminación, explotación y maltrato. Ello obliga a una coordinación no sólo entre las administraciones, sino también entre los profesionales.

- También en todos los lugares y para todas las edades, pero de nuevo muy en particular para las más tempranas y en las circunstancias más desfavorecidas, la implicación de la familia es fundamental y debe formar parte de la planificación y de la acción educativa. La cultura escolar tiene que acercarse a la cultura familiar e integrarla, porque cuanto más alejadas estén más riesgo hay de incorporación tardía y de deserción temprana, así como de peor rendimiento en el sistema.

- La oferta educativa debe cumplir estándares de calidad que permitan no sólo llegar a más niños y niñas, sino hacerlo de manera que sus aprendizajes y el desarrollo de sus capacidades se vean adecuadamente fomentados. Los contenidos del currículo (mejor cuanto más pertinente, más significativo, más adaptado a las características locales pero sin perder de vista el mundo cada vez más amplio en que vivimos) y los métodos de trabajo (mejores cuanto más alejados de la pasividad y cuanto más adaptados a las características de cada edad) deben cuidarse de manera muy especial.

- No es posible una oferta educativa de calidad con un profesorado inadecuadamente formado y que trabaja en condiciones que dificultan su acción educativa (excesivo número de alumnos, dificultades para el trabajo coordinado, condiciones horarias y salariales adecuadas…).
El debate que necesitamos no es sobre el qué (la importancia de la educación) sino sobre el cómo, el dónde, el cuándo, el cuánto. Un debate muy pegado a la realidad que queremos transformar y lo más alejado posible de las retóricas que la marean para dejarla como está. En realidad, es un debate que debe darse a muchos niveles, incluidos los más inmediatos (¿qué podemos hacer como grupo de profesoras o profesores en esta escuela? ¿qué puedo yo hacer en este pueblo, con esta comunidad, en esta sala de clase?). Un debate que nos concierne a todos y a la responsabilidad de todos apela. Sin retórica. Con compromiso.

Jesús Palacios
Fuente: OEI (Organización Estados Iberoamericanos)

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