Los adolescentes necesitan de la autoridad para su crecimiento en auténtica libertad; es como un pilar fuerte al que agarrarse cuando todo se les tambalea
La falta de autoridad en padres y profesores contribuye a acentuar la inseguridad y dificulta la libertad de los adolescentes; y parece evidente que hay crisis de autoridad en muchos padres y en bastantes profesores. Autoridad que por otro lado tampoco está demasiado potenciada por el sistema educativo que nos rige en la actualidad ni por las administraciones educativas.
La falta de autoridad en padres y profesores contribuye a acentuar la inseguridad y dificulta la libertad de los adolescentes; y parece evidente que hay crisis de autoridad en muchos padres y en bastantes profesores. Autoridad que por otro lado tampoco está demasiado potenciada por el sistema educativo que nos rige en la actualidad ni por las administraciones educativas.
Es bien cierto que muchos adolescentes hacen lo que quieren en casa y en el colegio; los padres tienden a responsabilizar a los profesores del fracaso de los hijos y con frecuencia los desautorizan, con lo cual aun les merman más su autoridad. Y los profesores son incapaces de hacer nada ante el permisivismo y la falta de autoridad de los padres. Unos por otros esa falta de autoridad también repercute negativamente en la educación de la libertad y en el ejercicio de la misma.
Aunque aparentemente la rechacen, los adolescentes necesitan de la autoridad para su crecimiento en auténtica libertad; es como un pilar fuerte al que agarrarse cuando todo se les tambalea. Algo que les da seguridad ante su inseguridad personal. Y si no la encuentran en los mayores la buscarán en el grupo o la pandilla. La coherencia y autoridad moral de los educadores es como la veleta o la referencia que les orienta en el proceloso mar de la adolescencia. Por el contrario, la falta de autoridad en quienes más cerca tienen contribuye a su inseguridad y desorientación, además de suponer una falta de referentes positivos que incide en el relativismo ético y en el indiferentismo, enemigos ambos de la verdadera libertad.
Por supuesto que no hay que confundir esta autoridad con el autoritarismo, ni con obligar a hacer las cosas porque sí, ni con lo de “la letra con sangre entra”. Ha de ser autoridad moral, basada en el ejemplo y en el prestigio. Autoridad que se tiene pero que se ejerce muy poco. Autoridad que cumple siempre lo que promete, que es justa y coherente, pero que en ocasiones sabe ser “injusta” en cuanto trata de manera desigual a personas desiguales. (¡Cómo cuesta entender esto a los adolescentes!)
La autoridad de la que hablamos es aquella que no tiene miedo a rectificar y pedir perdón si se ha equivocado. Que puede ser flexible y tolerante en algunas ocasiones, pero raras veces pasar por alto o hacer la vista gorda ante lo que está mal, sobre todo si esa actitud puede interpretarse como indiferencia. Y también es autoridad que se preocupa más de corregir que de castigar, que se ejerce con pocas palabras y con la sonrisa en los labios, y que procura siempre ser dialogante, dando razones aún a riesgo de que no sean entendidas. Y ello sin tirar nunca la toalla.
Por último, es autoridad que sabe dar libertad de forma progresiva, incluso hasta permitir que se equivoquen sin retraerles nada, pero exigiendo siempre la correspondiente responsabilidad. Es en definitiva la autoridad de un ser libre que valora sobremanera este don que Dios ha concedido al hombre y que por tanto lo quiere no solo para sí, sino para todos.
Aunque aparentemente la rechacen, los adolescentes necesitan de la autoridad para su crecimiento en auténtica libertad; es como un pilar fuerte al que agarrarse cuando todo se les tambalea. Algo que les da seguridad ante su inseguridad personal. Y si no la encuentran en los mayores la buscarán en el grupo o la pandilla. La coherencia y autoridad moral de los educadores es como la veleta o la referencia que les orienta en el proceloso mar de la adolescencia. Por el contrario, la falta de autoridad en quienes más cerca tienen contribuye a su inseguridad y desorientación, además de suponer una falta de referentes positivos que incide en el relativismo ético y en el indiferentismo, enemigos ambos de la verdadera libertad.
Por supuesto que no hay que confundir esta autoridad con el autoritarismo, ni con obligar a hacer las cosas porque sí, ni con lo de “la letra con sangre entra”. Ha de ser autoridad moral, basada en el ejemplo y en el prestigio. Autoridad que se tiene pero que se ejerce muy poco. Autoridad que cumple siempre lo que promete, que es justa y coherente, pero que en ocasiones sabe ser “injusta” en cuanto trata de manera desigual a personas desiguales. (¡Cómo cuesta entender esto a los adolescentes!)
La autoridad de la que hablamos es aquella que no tiene miedo a rectificar y pedir perdón si se ha equivocado. Que puede ser flexible y tolerante en algunas ocasiones, pero raras veces pasar por alto o hacer la vista gorda ante lo que está mal, sobre todo si esa actitud puede interpretarse como indiferencia. Y también es autoridad que se preocupa más de corregir que de castigar, que se ejerce con pocas palabras y con la sonrisa en los labios, y que procura siempre ser dialogante, dando razones aún a riesgo de que no sean entendidas. Y ello sin tirar nunca la toalla.
Por último, es autoridad que sabe dar libertad de forma progresiva, incluso hasta permitir que se equivoquen sin retraerles nada, pero exigiendo siempre la correspondiente responsabilidad. Es en definitiva la autoridad de un ser libre que valora sobremanera este don que Dios ha concedido al hombre y que por tanto lo quiere no solo para sí, sino para todos.
Federico Gómez Pardo
Fuente: Forum Libertas
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