viernes, 14 de mayo de 2010

Violencia y desarrollo infantil


Por
Lorraine B. Wallach


La violencia ha causado la muerte de muchas personas y gastos anuales de millones de dólares en atención médica y en sueldos perdidos. Dentro del contexto de este texto, el término violencia se refiere al abuso de los niños u otro conflicto doméstico, agresión como producto de las pandillas y/o criminalidad en la comunidad, incluyendo el atraco. Una de las consecuencias más destructivas de la violencia es el efecto que produce en el desarrollo emocional de los niños. Esta publicación examina las consecuencias de la violencia en términos del desarrollo de los niños quienes son víctimas o testigos de la violencia dentro de su familia o en su comunidad.

Violencia en los Años Preescolares

Los niños que crecen con la violencia están expuestos, con frecuencia, a la posibilidad de un desarrollo emocional patológico. Según la exposición clásica de Erikson sobre el desarrollo individual, aprender a tenerle confianza a una persona es la tarea principal de los niños durante el primer año de vida. La confianza ofrece el fundamento necesario para el desarrollo futuro y crea la base para la confianza propia y el respeto a sí mismo. La capacidad de una criatura de tenerle confianza a la gente depende de la capacidad de la familia de proveer un nivel de cuidado constante y de responder a las necesidades del niño en lo que es el cariño y la estimulación. Se compromete este nivel de cuidado cuando la familia de la criatura vive en una comunidad altamente afectada por la violencia y/o cuando teme por su seguridad física. Además, tal vez no se vean en condiciones los padres mismos de ofrecerle el cuidado necesario debido al hecho de que su energía emocional se pierde en sus esfuerzos por garantizar su seguridad (Halpern, 1990). Hasta las tareas de la rutina diaria como ir al trabajo, hacer las compras y cumplir con las citas médicas requieren mucha planificación y esfuerzo adicional.

Cuando los niños cumplen aproximadamente los dos años, tienen un impulso interior de experimentar las habilidades recién adquiridas en la infancia, como por ejemplo caminar, saltar y trepar. Estas habilidades se practican mejor en los parques y las áreas de recreo, no dentro de departamentos donde viven varias personas. Sin embargo, a los niños que crecen en comunidades con un alto índice de criminalidad y mucha actividad pandillera, con frecuencia, no se les permite jugar afuera. Ellos, en cambio, se ven obligados a quedarse dentro de los espacios reducidos los cuales restringen sus actividades; asimismo, estas condiciones de vida obligan a los padres y otros miembros mayores de la familia a establecer restricciones adicionales a los niños (Scheinfeld, 1983). Estas limitaciones, las cuales son difíciles de entender para los niños, pueden ocasionar disrupciones en su relación con el resto de su familia.

Durante los años preescolares, los niños se encuentran preparados para salir del ámbito familiar para establecer nuevas relaciones y aprender más sobre otras personas (Spock, 1988). Sin embargo, cuando ellos viven en comunidades plagadas por el peligro, a los niños se les puede prohibir jugar afuera o hasta acompañar a los niños mayores en las diligencias de la casa. Además, los niños preescolares participan frecuentemente en programas de cuidado infantil en zonas donde la violencia predomina.

La Violencia en los Años Escolares

Aunque los primeros años de vida son más críticos en la preparación para el desarrollo futuro del niño, las experiencias de los años escolares son también muy importantes para el crecimiento saludable de los niños. Durante estos años, ellos desarrollan los dones sociales y académicos necesarios para su futuro como ciudadanos adultos; la violencia, en casa o en la comunidad, ejerce un efecto negativo notable en este parámetro del desarrollo del niño.

Cuando la energía de los niños se consume en su defensa propia o en miedos producidos por la violencia, tienen mayores dificultades en la escuela (Craig, 1992). Los niños traumatizados por la violencia pueden padecer de una memoria distorcionada y sus capacidades cognitivas pueden ser perjudicadas (Terr, 1983);

Los niños quienes han sido víctimas o que han visto a otras víctimas de la violencia pueden tener dificultades en su trato con otras personas. La ira que comúnmente acompaña a estos niños tiene una gran posibilidad de incorporarse a sus estructuras de personalidad. La carga de dicha ira dificulta el control de su propio comportamiento, aumentando así el riesgo de que ellos también recurran a la violencia;

Los niños aprenden sus habilidades sociales al identificarse con los seres adultos que participan en su vida. Ellos no pueden aprender modos no agresivos de interrelacionarse con otras personas cuando los únicos modelos, inclusive los que aparecen a través de los medios de comunicación, utilizan la fuerza física para lograr la resolución de sus problemas (Garbarino y otros, 1992);

Para controlar sus miedos, es posible que los niños quienes viven en un ámbito de violencia repriman sus sentimientos. Este mecanismo de defensa los afecta en su vida inmediata y puede causar un desarrollo patológico al largo plazo. Asimismo, puede interferir en su capacidad de comprensión e interacción con otras personas de manera significativa y hasta en sentir empatía por ellas. Los individuos quienes no pueden sentir empatía por los demás y sus sentimientos tienen una probabilidad menor de poder reprimir su propia agresión y una probabilidad mayor de volverse insensibles a la brutalidad en general. Saber cómo algunos jóvenes terminan en un estado de "bancarrota emocional" de esta manera nos ayuda a comprender por qué se preocupan tan poco por su vida propia y por la vida ajena (Gilligan, 1991);

Los niños quienes son traumatizados por la violencia pueden tener dificultad en imaginarse a sí mismos en papeles de importancia en el futuro. Los estudiantes en California quienes fueron raptados y terminaron siendo rehenes en su bus escolar manifestaron un panorama limitado de su vida futura y con frecuencia anticipaban un futuro desastroso (Terr, 1983). Los niños quienes no ven un futuro positivo para ellos mismos tienen dificultad en concentrarse en las tareas inmediatas como en el aprendizaje y en la socialización;

Los niños precisan sentir que tienen la capacidad de controlar algún elemento de su existencia, pero los que conviven con la violencia aprenden que tienen poco que decir sobre lo que les acontece. Comenzando con las restricciones sobre su autonomía cuando son pequeños, esta sensación de impotencia continúa cuando llegan a la edad escolar. No sólo hallan las restricciones normales a las que todos los demás niños deben ceñirse, sino que su libertad se ve limitada, además, por el ámbito en el que viven donde reinan las pandillas y los narcotraficantes;

Cuando los niños sufren un trauma, una reacción común es volver a una etapa anterior en la que todo era más fácil. Esta regresión puede ser terapéutica si permite al niño posponer el encuentro inevitable con los sentimientos provocados por el evento que produjo el trauma original. Es decir, es una manera de ganar fuerza psicológica. Sin embargo, cuando los niños están sujetos a una presión constante, corren el peligro de quedarse, psicológicamente, en una etapa de desarrollo anterior.

Las Diferencias Personales y la Elasticidad

No todos los niños responden de manera igual a las situaciones difíciles; hay muchos factores que influyen en las capacidades de tolerar situaciones adversas como por ejemplo la edad, la reacción de la familia ante la presión y el temperamento del niño. Los niños menores tienen una tendencia mayor a rendirse ante la presión que los niños de edad escolar o los adolescentes. Los niños menores pueden ser protegidos de las fuerzas ajenas si los que los cuidan son fuertes, psicológicamente, y disponibles para ellos.

Los niños que viven en un hogar estable, donde hay mucho apoyo emocional, tienen una probabilidad mayor de aprender a tolerar las situaciones contrarias en su vida porque tienen a su disposición a seres adultos caritativos. Si los adultos están dispuestos a escuchar a los niños, especialmente cuando hablan de sus miedos, y ser fuentes de estabilidad para ellos, ellos podrán tratar con sus propios problemas mucho mejor. Los niños son más flexibles si nacen con un temperamento moderado y están de buena salud mental. Si tienen suficiente suerte de tener padres fuertes quienes pueden tolerar la presión de la pobreza y la violencia en la comunidad, los niños tienen una probabilidad mayor de llegar a ser adultos felices y productivos (Garmezy y Rutter, 1983).

La Adaptabilidad en los Niños

Aunque lo que les acontece en los primeros años de vida es de gran importancia, muchos niños son capaces de sobrellevarse los dolores y miedos de su vida temprana. Para los niños quienes viven en una atmósfera de presión y violencia, la capacidad de formar relaciones y obtener de los demás lo que les falta a ellos en su propia familia y comunidad es de gran importancia en términos de un desarrollo saludable.

Los miembros del personal de escuelas, guarderías y programas de recreo físico pueden ser un recurso importante para los niños. Ellos pueden ofrecerles otras perspectivas de sí mismos, además de enseñarles las habilidades necesarias para tener éxito en el mundo. Con tiempo, esfuerzo y destreza, estos profesionales pueden ofrecerles a los niños una oportunidad para desafiar lo negativo y cambiar el rumbo de su vida hacia lo positivo.

Para Más Información


Bell, C. (1991). Traumatic Stress and Children in Danger. Journal of Health Care for the Poor and Underserved 2 (1): 175-188.

Carnegie Corporation of New York. (1994). Saving Youth from Violence. Carnegie Quarterly 39 (l, Invierno): 2-5.

Craig, S.E. (1992). The Educational Needs of Children Living with Violence. Phi Delta Kappan 74 (l, Sep 10): 67-71. EJ 449 879.

Garbarino, J., N. Dubrow, K. Kostelny, y C. Pardo. (1992). Children in Danger: Coping with the Consequences of Community Violence. San Francisco: Jossey-Bass. ED 346 217. Este documento no está la disposición del EDRS.

Garmezy, N. y M. Rutter, editores. (1983). Stress, Coping, and Development in Children. New York: McGraw Hill.

Gilligan, J. (1991). Shame and Humiliation: The Emotions of Individual and Collective Violence. Ponencia presentada en las Erikson Lectures de Harvard University, Cambridge, Massachusetts, el 24 de mayo de 1994.

Halpern, R. (1990). Poverty and Early Childhood Parenting: Toward a Framework for Intervention. American Journal of Orthopsychiatry 60 (l, Enero): 6-18.

Kotlowitz, A. (1991). There Are No Children Here. New York: Doubleday.

Scheinfeld, D. (1983). Family Relationships and School Achievement among Boys in Lower-Income Urban Black Families. American Journal of Orthopsychiatry. 53 (l, Enero): 127-143.

Spock, B. (1988). Dr. Spock on Parenting. New York: Simon y Schuster.

Terr, L. (1983). Chowchilla Revisited: The Effects of Psychic Trauma Four Years after a Schoolbus Kidnapping. American Journal of Psychiatry 140: 1543-1550.

Wallach, L (1993). Helping Children Cope with Violence. Young Children 48 (4, Mayo): 4-11. EJ 462 996.

Zero to Three. (1992). Can They Hope To Feel Safe Again?: The Impact of Community Violence on Infants, Toddlers, Their Parents and Practicioners. Arlington, Virginia: National Center for Clinical Infant Programs. ED 352 161.

Zinsmeister, K. (1990). Growing Up Scared. Atlantic Monthly 256 (6, Junio): 49-66

1 comentario:

Joan dijo...

Muy interesante, muchas gracias por compartirlo