viernes, 3 de febrero de 2012

La violencia no es la respuesta


Por Joaquín Rocha
La violencia es hoy en día uno de los grandes problemas que padecemos como parte del precio que tenemos que pagar por vivir en un contexto de modernización y tecnología en los albores del nuevo siglo. Ella, como arrastre del pasado, no es legada sin poder rechazarla.
Nos estamos acostumbrando y por ello, en ocasiones, perdemos nuestra capacidad de asombro y llegamos a confundir la realidad con la fantasía. Se trata de una forma de vincularse que cala hondo en los valores que marcan un estilo de vida y enferman cualquier proceso de sociabilización.
No sólo te la topas en las calles, sino también en el hogar y en las instituciones, como la escuela, que son cimiento fundamental de nuestra sociedad.
Las conductas violentas surgen en el seno de las relaciones tempranas dentro una familia violenta. Es el motor de vida necesario para sobrevivir, ya que en la cotidianidad el “actuar” ocupa el lugar del “dialogar”.
Estas relaciones intrafamiliares manifiestan la existencia de diferentes quiebres que devienen en crisis y, en muchos casos, constituyen la expresión estructural de los conflictos que surgen del entorno social. Una conciencia de déficit entre la familia y las demandas de la sociedad que la rodea originan comportamientos antisociales que recaen directamente en la formación de la personalidad del violento. Esto se debe a que la familia determina los procesos vinculares e interviene directamente sobre el fracaso de esa sociabilización, generando comportamientos agresivos a veces para sí mismo o casi siempre dirigidos hacia los demás.
"El núcleo familiar es el centro más pequeño de la sociedad, y gran parte de nuestras dificultades comienzan ahí, en la familia. Si los padres no disciplinan a sus hijos, estos se vuelven irrespetuosos, en menor o mayor medida. Pero si tienen una formación sólida con principios morales y éticos en donde el respeto a los demás sea el principio entre ellos, así actuarán en cada situación de su vida", aseguró a Infobae.com la licenciada Mariela Goldszmidt (MN 29900), integrante del equipo profesional del Instituto de Psicología Argentino.
Los hechos de violencia, ocurridos en el ámbito escolar, no pueden ser vistos sólo unicausalmente, sino que, al mismo tiempo, son el resultado de múltiples sucesos, también violentos, que se articulan y se potencian entre sí. Como manifestación de una alteración individual, como resultado de carencias familiares, como resultado de fallas en la socialización, como presiones económico-sociales del entorno. De ahí que el análisis del comportamiento violento requiera un trabajo inter y multidisciplinario que permita la explicación de las causas.
“Sin embargo, está claro que la raíz del problema y, consecuentemente, su solución pasa por algo demasiado evidente: el resquebrajamiento del respeto al principio de autoridad del docente, la evaporación de los límites entre alumno y maestro, y entre hijos y padres. Al fin, la pérdida de valores en un país cuya sociedad observó, entre otros casos paradigmáticos, como el poder premió a quien tomó una comisaría o a quien decide bloquear el funcionamiento de una empresa o, cosa de todos los días, interrumpir el derecho a la libre circulación… El viejo y tácito acuerdo de padres y educadores en procura de formar a niños y jóvenes parece cada día más lábil. El respeto a la autoridad se ha desdibujado casi por completo y quienes tienen la obligación de restablecerlo están paralizados por el miedo a ser tildados de autoritarios y, consecuentemente, ser sancionados por sus superiores o mal mirados por la sociedad” (fuente: Diario La Nación).
Desviar toda la responsabilidad hacia el gobierno de turno es el mejor pretexto que tenemos a mano para no vernos como individuos que formamos parte de una sociedad de la cual somos cocreadores y la más de las veces como cómplices por “pensamiento, obra u omisión” de violencias cotidianas; y hasta algunas socialmente aceptadas.
Los límites entre la familia y la escuela no suelen estar correctamente definidos, dado que la primera deposita en la segunda la impotencia que siente al no poder enseñar a sus hijos los hábitos necesarios para que se desarrollen como personas y ciudadanos de bien.
No se puede esperar que la escuela resuelva todos los problemas de la sociedad. El aprendizaje más efectivo se produce cuando docentes y padres trabajan juntos y coherentemente en un misma escala de valores.
“Nuevamente aparecen en los medios, escenas de violencia en las escuelas que nos interpelan a todos en general y a los docentes en particular. Estigmatizar a los jóvenes como violentos o circunscribir la violencia al ámbito escolar es para nosotros un reduccionismo porque consideramos que la violencia escolar no esta disociada de la violencia social… Tampoco perdamos de vista que el tema es complejo y tiene distintas dimensiones y el contexto social es muy importante. Por ello, debemos interrogarnos y preguntarnos si estamos construyendo una matriz socio cultural violenta en donde se ponderan valores que priorizan el Tener en lugar del Ser” (Lic. Marcelo Albornoz).
Otro aspecto que se debe tener en cuenta es que todas las sociedades, en menor o mayor grado, viven sacudidas por una violencia social; y esta no se aplica solamente a lo físico. Violación de los derechos humanos, desvalorización de la vida en general, insultos y maltratos, la presencia cotidiana de la muerte, del miedo, de la inseguridad. Todo ello crea un constante estado de angustia que cerrando el círculo provoca más violencia.
Alguien debe romperlo. Preguntémonos cada día qué hacemos para que la violencia sea la única respuesta posible.

Fuente: San Pablo on line

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