miércoles, 29 de abril de 2009

Precocidad sexual, una cuestión de educación en valores


La tasa de fecundidad adolescente precoz se triplicó en la Argentina en los últimos 40 años: más de 3 mil bebés nacen anualmente de chicas de entre 10 y 14 años y hay 900 mil madres niñas en todo el territorio nacional, según estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación. Es decir, 3 de cada 20 argentinos son hijos de madres adolescentes.

El estudio, realizado por investigadores del Centro de Estudios de Población, señala que esas niñas mamás tuvieron hijos con hombres que las superan en al menos 10 años –en el 80 por ciento de los casos–, o en 20 años –en el 20 por ciento restante–.

La cantidad de nacimientos de madres menores de 15 trepó a 3.050 casos en 2001, contra los 986 que se registraban en 1960. Mientras tanto, desde hace seis años, existe en el país la ley 25.673, que incluye el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable y tiene como propósito “contribuir a mejorar la estructura de oportunidades”.

Cuidados.

Un estudio reciente del Centro Latinoamericano Salud y Mujer (Celsam) indica que cerca de la mitad de las madres adolescentes argentinas no se cuidó en su primera relación sexual porque pensaba que en esa etapa no había riesgo de embarazo.
La investigación revela, sin embargo, que un 84 por ciento de esas jóvenes sabía de la existencia del preservativo y un 82 por ciento sabía de las pastillas anticonceptivas, aunque el 47 por ciento de ellas no se cuidó cuidarse en esa primera relación.

Educación.

Por otro lado, el 83 por ciento de los adolescentes manifestó haber recibido algún contenido de educación sexual en la escuela, aunque el 58 por ciento dijo haber tenido sólo una charla en toda su escolaridad a una edad promedio de 13 años y sólo uno de cada dos recibió educación sexual de sus padres, según el estudio del Celsam. (Crítica de la Argentina, pág. 18, 28/4/09)

Comentario Editorial:

Esta noticia revela la ligereza con la cual se encara la precocidad en las relaciones sexuales y también la poca relevancia que tiene el fondo de la cuestión que, para muchos entre los cuales me incluyo, necesitaría un enfoque diferente como es el de la "Educación para el amor". Si no se comienza desde el hogar a influir en la formación para el amor, seguirán produciéndose estos embarazos en miles de niñas que, influenciadas muchas veces por la cultura que las impulsa cada vez más a tener relaciones sexuales como "por diversión o por deporte", se inician en un camino que no tiene retorno sin dejar secuelas.
¿Acaso pasó de moda aquella educación que nos daban nuestras familias alentándonos al "ya vas a tener tiempo para experimentar el amor sexual, todavía hay intereses que deben preocuparte y ocuparte". Nuestras madres, no hace mucho, nos decían que valía la pena esperar a quien realmente mereciera nuestra entrega en cuerpo y alma. Hoy sabemos que eso se ha desvirtuado, en parte por los programas de televisión que presentan personajes cada vez más chicos obrando como adultos acabados.

La sexualidad y en particular la genitalidad, que es la manera de consumar el acto sexual que conduce a la fecundación, es un acto que se rige por valores: en primer lugar la responsabilidad, tanto del varón como de la mujer, para hacerse cargo de la posible consecuencia de un acto realizado por instinto o porque todos y todas lo hacen.

Quizá ha llegado la hora, no de volver atrás, a cuando nuestras madres nos daban los consejos antes mencionados porque estamos en otra época, pero sí, de comenzar por donde se debe comenzar en educación sexual, primero la reflexión con los jóvenes y niños: qué quieren para sus vidas, si están en condiciones de afrontar y hacerse cargo de la llegada de un bebé al mundo con todo lo que eso implica; y luego sí, en caso de que alguna de las adolescentes decida tener relaciones sexuales genitales, instruirla sobre la manera de evitar un embarazo no deseado, comenzando por aquéllos métodos que no agreden a su organismo.

Y como la consecuencia casi siempre recae sobre la adolescente y su familia, concientizar a los padres de los varones para que vuelvan a la vieja práctica de respetar a la mujer (aunque sabemos y comprobamos que muchas veces son ellas las que inducen a los varones para tener relaciones)

En definitiva, no se trata de prohibir, sino de educar en la libertad responsable, cosa que compete a la familia en primer lugar y en segundo lugar a la escuela como acompañante de la familia en la educación de los hijos. Y recordando siempre que el Estado es subsidiario de la familia y no el que tiene que entrometerse en las cuestiones privadas haciendo de estos temas políticas de estado que reemplacen el discernimiento personal y familiar que parte de una buena educación integral de la persona en materia de humanidad.

La educación familiar pasa también por la contínua formación de los padres para poder responder a estas cuestiones, especielmente en el caso de las familias más humildes, que son las que quizá, dejan la resolución en manos del estado o de otras mediaciones.

María Inés Maceratesi

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